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  • Foto del escritorPalabra Infinita

Capablanca, hijo de Caissa. "Táctica y estrategia" 31-10-2021




«El Ajedrez es algo más que un juego. Es una diversión intelectual que tiene algo de Arte y mucho de Ciencia. Es además, un medio de acercamiento social e intelectual».


José Raúl Capablanca





Una amiga tuya quería conocer a un ajedrecista en persona. Yo creo que tú no le dijiste tal cosa de mí. En rigor, yo no soy ajedrecista. Juego ajedrez de vez en cuando, más como pasatiempo, para relajarme y estimular mi memoria. En verdad no tengo ni disciplina, ni juego con la atención que se merece este juego/deporte/ciencia. Soy solo un aficionado. Muy malo por cierto. A lo mejor solo le comentaste, que —entre otras cosas— juego al ajedrez, y ya sabes cómo es esto. Pero ello no fue obstáculo para que al día siguiente, en el balneario, recibiéramos a tu amiga en el lobby del hotel y bajáramos con ella a tomar el desayuno bajo la fronda de los framboyanes. No sé qué pensaba tu amiga. Estaba emocionada. Diríase que le acababas de presentar a Capablanca.


La ilusión de mi vida, siempre fue conocer un ajedrecista en persona. Ah mira, y pensar que hay quienes se conforman con un testigo de Jehová. ¿Y ha jugado torneos? Sí claro, tres torneos de maestros. ¡Wow, que padre! Claro que no le aclaré que estaba hablando de maestros de escuela. Si no, ahí se acaba el encanto, porque al parecer la chica algo sabe de esto. Y tú, orgullosa, y por momentos celosa. Pero también es usted psicólogo. No pude evitar brindarte una gélida mirada de reproche. Sí claro, soy psicólogo humanista existencial, digamos que soy maslowiano (nada que ver, eso lo leí en un libro de Wayne W. Dyer) Ah, qué bien. Y tú, ¿eres periodista? Estudio comunicación. ¡Tómala, señor escritor!



De todas maneras no tuve empacho en iniciar la charla mencionando al Mozart del ajedrez:

—Harry Golombek dijo de Capablanca que «…todo en él fue legendario, excepto que por supuesto se sabe que nació».

—Wow —dijo tu amiga, creo que se llama Elizabeth—, ¿quién es ese señor Golombek?

—Fue un maestro internacional británico, reconocido también por sus aportes a la literatura ajedrecística…


Y así fue que inició un desayuno que terminó en amena charla con visos de conferencia. Les comenté los inicios del gran genio cubano. De cómo, a los cuatro años de edad, aprendió a mover las piezas apenas mirando cómo jugaba su señor padre. Diríase también de Capablanca que el ajedrez fue su lengua materna.


Se ha dicho que ya jugaba al nivel de un maestro y nunca había abierto un libro de teoría ajedrecística. De cuando el Gran Maestro Ossip Bernstein, en 1911 se oponía a que Capablanca participara en el torneo de San Sebastián, argumentando que el joven cubano carecía de nivel. Capablanca tenía entonces veintidós años de edad y era un perfecto desconocido, y jamás había participado en un torneo de élite. Fue el gran maestro norteamericano, Frank James Marshall quien intervino a favor del cubano. Y Capablanca ganó el torneo, y no solo eso, derrotó a Bernstein de manera tan contundente, que le fue concedido el premio de brillantez. Capablanca solía decir:


«Hubo un momento en mi vida en que estuve muy cerca de creer que no podía perder un juego». Cuando Capablanca, en 1924 compitió en el torneo de Nueva York, el alemán Emanuel Lasker declaró que «Capablanca podía descansar en un récord que nadie había conseguido nunca ni nadie igualará después. En diez años había jugado noventa y nueve torneos y partidas decisivas y ¡perdido sólo un juego!» ¡Ningún ajedrecista, a lo largo de toda la historia del juego ciencia, fue rodeado de esa aura de imbatibilidad como Capablanca!



—Me encanta —dijo Elizabeth —. Además de todo, Capablanca era muy guapo.

—Tenía su pegue —admití—. Y era un tipo muy educado y elegante.

—Un tipazo —dijiste tú, interviniendo en la charla. Hasta ese momento habías guardado un respetuoso silencio.


Una camarera nos trajo café, y yo continué con mi perorata.

—Cuando se habla del torneo de San Sebastián, el de 1911, forzosamente resalta el nombre de Capablanca. Fue su primera aparición en el ajedrez de élite y su actuación fue magistral. Había nacido una estrella, algo que se confirmó años más tarde con grandes triunfos y esa aparente imbatibilidad en el tablero, de la que ya les hablé. Y digo aparente, porque en los hechos se demostró que no era invencible.


—¿Y qué pasó con ese señor, Bernstein —preguntaste—, que se oponía a que Capablanca jugara en San Sebastián?

—Nunca pudo derrotar a Capablanca. No sé si decirlo así, pero quedó como acomplejado. No olvidemos que Capablanca, en ese tiempo, era un jovencito de apenas veintidós años de edad.



La charla se extendió de tal manera que fue necesario pedir más café, y una canastilla de pan de dulce. Tu amiga demostraba un interés por mí que evidentemente iba más allá de lo ajedrecístico. Qué hacía este señor, que ya anda raspando los sesenta con una joven que aún no arriba a la tercera década, toda ella llena de encantos y lucidez, como diría José Rial, en un balneario, en las cercanías del hotel «El Juncal».

Fue una entrevista divertida. A pesar de todo, al parecer, tu amiga, más que por mis altas credenciales de artista, guitarrista, cantante, poeta, escritor, historiador, ajedrecista, psicólogo, psiquiatra, terapeuta, astrónomo, filósofo, científico, amigo, compañero, hermano, maestro, chofer, educador, cocinero, mecánico, fontanero, decorador de interiores, estetista, gineco-obstetra, masajista, pintor, zapatero remendón y dueño de catorce sombrillas, estaba más que impresionada porque a lo último había empezado a sospechar que tú y yo habíamos pasado la noche en una de las suites del hotel «El juncal».

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