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Foto del escritorPalabra Infinita

De genios y locos…

—Soy el peor jugador del mundo, que llama al mejor jugador del mundo.

Con estas palabras, el asesor del presidente Nixon —Henry Kissinger—, se dirigió al GMI Robert James Fischer, a través de la línea telefónica para solicitarle que reconsiderara su decisión de no enfrentar a Boris Spasky en Reykjavik Islandia. Ya Bobby Fischer acusaba los primeros síntomas de paranoia y estaba decidido a no enfrentar al campeón del mundo, y había perdido ya las dos primeras partidas del match, la segunda por default. Se quejaba de la luz, del escenario, de las cámaras de TV, del ruido en la sala. Argumentaba que la KGB tenía micrófonos en su departamento, y que lo seguían a todas partes. Al parecer, la llamada de Kissinger, dio resultados positivos, porque —pese a todo—, Bobby Fischer, salió al escenario y remontó la ventaja para arrebatar el título mundial a los soviéticos.



Robert Fischer


Muchos años después, Garry Kasparov, lamentaría la tendencia en la literatura y en el cine, de presentar a los ajedrecistas como personas desadaptadas y con serios trastornos mentales. Porque con relación al ajedrez se da una contradicción entre el juego y los jugadores. Por una parte, se relaciona al juego ciencia con el razonamiento, la calma, la reflexión y la inteligencia, y por la otra nos presentan a los ajedrecistas como excéntricos, por no decir psicóticos. Si bien en el cine se utiliza el ajedrez para resaltar la capacidad analítica y la profundidad de razonamiento de los personajes, esto no les quita que a renglón seguido salgan a cometer los más atroces asesinatos o a sembrar el caos mundial. Pongamos, a guisa de ejemplo solo tres títulos: «Asesinos» (1995), «Desde Rusia con amor», y «2001», interesante film de Stanley Kubrick donde una máquina vence a un ajedrecista, anticipando con ello que más adelante lo va a asesinar.

En los hechos no es así.

No obstante, en la historia de este juego ha habido extraordinarios jugadores con serios desequilibrios mentales. Es público y notorio que, una vez obtenido el título mundial, Bobby Fischer, jamás volvió a sentarse frente a un tablero, al menos no de manera oficial. Más adelante se supo que padecía esquizofrenia paranoide, y terminó sus días en Islandia, viviendo de los amigos, repudiado por su país.

En jugadores norteamericanos no es asunto nuevo. Paul Morphy —nacido en 1837— desde muy temprana edad sufría delirios de persecución. Sospechaba de todo mundo. Y tenía miedo de morir envenenado. No obstante, fue un grandioso jugador de ajedrez. Con veintiún años de edad protagonizó una gira triunfal por Europa, jugando contra los mejores ajedrecistas del momento, derrotándolos a todos de manera contundente y, por demás, brillante. Al igual que Fischer, después de la apoteosis, se retiró del ajedrez. Murió en una bañera repleta de zapatos de mujer.


Paul Morphy


También se habla, en los anales del ajedrez, de Akiba Rubinstein. Jugador polaco, de fino estilo posicional, a quien se le considera un campeón sin corona. Al igual que Capablanca, era un genio para los finales de partida. Pero padecía una timidez patológica. Con el paso de los años, pese a sus victorias sobre los tableros de todo el mundo, su esquizofrenia y sus delirios de persecución, se fueron acentuando, al grado que jugando se retiraba a los rincones, para ocultarse del público. Ya por los años treinta (estamos hablando del siglo XX) su situación era insostenible y fue confinado en una clínica psiquiátrica, donde murió en la pobreza. Probablemente el único saldo positivo de su grave alteración mental fue que gracias a ella se salvó de ser llevado al campo de concentración de Auschwitz.



Akiba Rubinstein


El mejor jugador mexicano de todos los tiempos, Carlos Torre Reppeto, quien brillara en el ajedrez mundial en la tercera década del siglo XX, enfrentando de manera victoriosa a los mejores jugadores del mundo. De igual manera tuvo que retirarse prematuramente debido a sus problemas psicóticos. Padecía delirio de persecución. Se dice que, según cálculos actuales, tendría un elo aproximado de 2560, al nivel de Spielmann y Tartakower, ligeramente superior al de Réti y Grünfeld y por debajo de los tres campeones mundiales de la época: Emanuel Lasker, José Raúl Capablanca y Alexander Alekhine. Contra ellos obtuvo un juego ganado y dos empates: venció a Emanuel Lasker, obtuvo un rápido empate contra Alekhine y, tras una difícil defensa en un final con inferior posibilidad, logró también el empate con Capablanca. La victoria contra Emmanuel Lasker, en 1925, fue brillante. La concluyó con una excelente combinación que pasó a la historia con el nombre de «El molino». Literalmente destrozó los bastiones del gran maestro alemán, mediante la acción combinada de torre y alfil. En octubre de 1926, víctima de una crisis nerviosa, y con tan solo 21 años de edad se retiró de los torneos internacionales. Fue un grande de los tableros. Brillar en los tiempos de Capablanca, Alekhine y Lasker, tiene su mérito. Queda la duda sobre qué tan lejos pudo haber llegado si la insania no lo hubiera derrotado.



Carlos Torre


Probablemente el caso más extravagante haya sido el de Wilhem Steinitz, el primer campeón mundial oficial. Genio indiscutible del juego ciencia. Hizo aportes muy valiosos a la teoría ajedrecística. Diríamos, sin exagerar, que sentó las bases del ajedrez moderno. Pero padecía serios desequilibrios mentales. Decía que podía comunicarse mentalmente con los jugadores e incidir en su juego para derrotarlos. Se comunicaba a distancia, según él, con sus allegados, a través de unos audífonos invisibles. Y lo más jodido: aseguraba que podía ganarle a Dios, dándole ventaja de peón y la salida. Se podía dar ese lujo porque, finalmente, él era Wilhem Steinitz.


Steinitz, jaque mate a Dios.


Es sabido que la vida del genio suele ser muy complicada. Su mismo universo mental, por sí solo le complica las cosas. Digamos que ven, lo que otros no ven. Y si además de ello arrastran con alguna debilidad nerviosa, los resultados saltan a la vista. Porque más allá de los problemas mentales, muchos de ellos han tenido que sobrellevar problemas físicos y de salud. Beethoven era sordo, Milton, ciego, Stephen Hawking tetrapléjico, Van Gogh esquizofrénico…

Yo mismo, no me he sentido bien últimamente…




César Augusto

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