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Foto del escritorPalabra Infinita

El club de la cinefilia - Mariana Gutiérrez

Aún perdidos


Un día me levanté molesta con todo lo que me rodeaba -como ocurrieron así otros tantos-, pero ese día me sentía particularmente fastidiada en el que fuera mi hogar.


r. Comencé por acomodar algunos espacios, moví muebles de un lugar a otro. El sitio me parecía inhabitable. Pinté algunas paredes, creía necesitar más luz y en algún sentido así era. El resultado era el mismo. Acomodé y reacomodé la ropa, los zapatos… Todo cuanto había acumulado a través de los años.


Al observarlo, me preguntaba cómo es que había llegado a comprarlo sin siquiera gustarme. Decidí deshacerme de todo aquello que resultara disonante a mi cabeza. Nada parecía embonarme en ese espacio. Ya había reorganizado todo o casi todo. Finalmente, una voz que con anterioridad me era familiar, no solo me pareció lejana sino incomprensible.


Habíamos dejado de hablar el mismo idioma y, en ese momento, me sentí extranjera en mi propia vida. Escuchaba sonidos sinsentido y no había traductores ni intérpretes que nos ayudaran a entendernos. El silencio se hizo presente al interior de mi cabeza como medio de acallar esos ruidos. Me dediqué a observar. Me encontraba perdida en una cultura que nunca podría abrazar.


Ahora entiendo por qué Lost in Translation o Perdidos en Tokio (2003) de Sofia Coppola ganó un Oscar en el 2004 al guion más original y, es posible que se deba a que todos alguna vez nos hemos extraviado en alguna parte. El argumento es muy sencillo: dos personas inmersas en una cultura que les resulta ajena.


A pesar de que los personajes principales están de paso en Tokio su estancia no es nada llevadera en el hotel. Durante su estadía en el mismo, es que Bob -interpretado por Bill Murray- conoce a Charlotte (Scarlett Johansson), creando un vínculo especial cuando descubren que se sienten solos y extraños en Tokio de la misma manera que al interior de sus vidas de pareja.


Es curioso que esta abulia y aburrimiento las vivan en un sitio que les ofrece toda clase de diversiones y pasatiempos. Descubren que sus relaciones no les ofrecen nada, solo son un mal performance montado día a día en su vida cotidiana y los involucrados son pésimos actores en la expresión de sentimientos. Ambos deciden procurarse noches de entretenimiento y amistad mientras dure, mientras puedan.



Me pregunto qué es lo que Bob le susurra al oído a ella al momento de despedirse. Esa escena sin duda alguna es mi preferida. Quizá porque me gusta pensar que había una respuesta, un bálsamo a sus dolencias emocionales o tal vez una continuación a su vínculo. Era una declaratoria o posiblemente haya sido solo una despedida y nada más. Todas son meras especulaciones. Cada quien decide creer en aquello que necesite y todos necesitamos tantas cosas en distintos momentos.




Espero que aquellos que aún están perdidos en Tokio rodeados de distractores encuentren pronto un lugar seguro, en donde las palabras, las risas, los silencios y todo lenguaje creado en ese espacio sean un idioma comprensible, un código común que se hable por largo tiempo -o al menos el necesario- entre sus habitantes.


La única regla del Club de la Cinefilia es “hablar del Club de la Cinefilia”.

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