El orgullo, la soberbia y lo notable
¿Cuál es —si la hay— la diferencia entre orgullo y soberbia? El primero es “un sentimiento de satisfacción, amor propio o autoestima” que, aun desplazándose hacia la superioridad, conserva su nombre: es por ello que hablamos de experimentar un gran orgullo al recibir tal o cual reconocimiento por los logros, capacidades o méritos propios o que nos atañen; sin embargo, también decimos que nos sentirnos heridos en nuestro orgullo o bien, acercándonos más a la acepción menos humilde, que el orgullo nos cegó.
Por otro lado la soberbia, desde sus primeras acepciones, nos habla de la altivez —palabra que a su vez aparece definida en el diccionario de la RAE como “orgullo, soberbia” (?)— y el “apetito desordenado de ser preferido a otros”. Nos refiere, en otra de sus acepciones, que es la “satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de las demás” e inclusive se nos advierte —y esta es mi acepción favorita de las que acompañan esta entrada— que es la “cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas”.
De este modo orgullo y soberbia pueden ser sinónimas (gracias a la voz “altivez”) o, al interior del mismo campo semántico, tener connotaciones diferentes (positiva aquél y negativa ésta). Más aún, la palabra orgullo puede jugar con sus distintas acepciones en el mismo texto; por ejemplo, en la rima XXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer leemos (el subrayado es mío):
Es cuestión de palabras, y, no obstante, ni tú ni yo jamás, después de lo pasado, convendremos en quién la culpa está.
¡Lástima que el amor un diccionario no tenga dónde hallar cuándo el orgullo es simplemente orgullo y cuándo es dignidad!
El yo lírico de este rima se enfrente al dilema, muy propio del Romanticismo español, de deslindar responsabilidades en algún agravio al interior de la pareja. Después de los dimes y diretes exclama que qué lástima que el amor no venga con un diccionario dónde sea posible hallar cuándo el “orgullo” es simplemente “orgullo” y cuándo es otra cosa, en este caso “dignidad” (entendida ésta como esa “gravedad y decoro de las personas en la forma de comportarse”).
¿Está denunciando Bécquer que la autoestima o amor propio (i.e., el orgullo) de la persona a la que se dirige es indistinguible entre su soberbia y dignidad? En este caso el adverbio “simplemente” podría entenderse como sinónimo de “meramente” y gozar de una fuerza peyorativa o irónica; pero ¿no podría estar ocurriendo justamente lo contrario? ¿No podría estar dándonos el autor pistas para remorderse, como suelen hacer muchos hombres en un desplante o arranque de celos, porque su soberbia es en verdad indistinguible entre el amor propio y el decoro? ¡Claro! También es posible que Gustavo Adolfo simplemente quisiera contrastar su orgullo, entendido como arrogancia, con el aplomo de los que se las dan de muy dignos... ¡Y todas las combinaciones anteriores!
Para concluir básteme agregar que la palabra orgullo no viene del latín. Entró al español y, más propiamente dicho, al castellano a través del catalán orgull. El catalán es una lengua viva que se ha visto amenazada en varias ocasiones a lo largo de la historia —como tantas otras lenguas originarias— por el afán totalitario de fomentar la identidad, al interior de una nación-estado, a través del monolingüismo. El catalán la importó a su vez de la lengua germánica hablada por los francos y que actualmente conocemos como fráncico, franconio antiguo o tedesco. En esta lengua, muerta desde el siglo IX, la palabra era urgôli y los francos, que estaban distribuidos a todo lo largo de los territorios que ahora conocemos por Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Francia y Alemania, la importaron del alto alemán antiguo hablado por sus vecinos. En esta lengua medieval es donde encontramos el origen del “orgullo” pues urguol significaba “notable”.
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