La misteriosa muerte de Alexander Alekhine
“Si el ajedrez es ciencia, el mejor es
Capablanca. Si el ajedrez es arte, el mejor es
Alekhine”
G.M. Savielly Tartakover
Agatha Mary Clarissa Miller (1890-1976), —Agatha Christie para los amigos—, considerada como una de las más grandes autoras de crimen y misterio de la literatura universal, autora de incontables y deliciosas novelas que leí con voracidad en mis años juveniles, escribió dos obras que para mí son imprescindibles: «Diez negritos» y «Asesinato en el Orient Express». No tengo la menor idea de cuantas obras de esta bella dama sin piedad, según la acertada definición de Rosario Castellanos, leí en ese periodo de mi vida. Pero fueron suficientes para convertirme en fiel seguidor de esta señora que discurría las tramas de sus novelas mientras lavaba platos. «Fregar los platos —escribió alguna vez—convierte a cualquiera en un maníaco homicida de categoría».
Quienes no hayan leído aun a la dama del crimen entrarán por la puerta grande si eligen estas dos novelas para aproximarse a este mundo de intriga y misterio. Harán amistad con Hércules Poirot, ese curioso detective belga con cabeza en forma de huevo, Miss. Marple y Tommy y Tuppence Beresford. Digamos que el entretenimiento está garantizado.
Hago esta breve digresión porque hoy quiero hablar de la misteriosa muerte de Alexander Alekhine. Estamos en 1946, 24 de marzo, para ser más exactos... La segunda guerra mundial ha terminado con la estrepitosa caída del nacionalsocialismo. Investigando sobre la vida de este ajedrecista, encontré la fotografía donde, ya muerto, se le ve recostado en una poltrona, como si estuviera durmiendo, ante una mesa perfectamente arreglada con platos vacíos, una cafetera y, a su lado derecho, un tablero de ajedrez con las piezas dispuestas. Hasta ahí cualquiera deduciría sin mayor problema que el gran Alekhine murió plácidamente, mientras cenaba, en una habitación de un hotel de Estoril, en Portugal. Pero leyendo la autopsia, firmada por Antonio J. Ferreira, el Hércules Poirot que todo lector de la dama del crimen lleva dentro, me dijo que había algunos datos que no encajaban.
«La autopsia reveló que la causa de la muerte de Alekhine fue asfixia debida a un trozo de carne, obviamente procedente de la comida, que se atascó en la laringe.»
Observando la fotografía te das cuenta de que el Dr. Ferreira miente. El escenario está muy cuidado y ordenado como para suponer que Alekhine murió atragantado. Una persona víctima de asfixia no se queda muerto y ya. Se levanta, manotea, patalea y hace hasta lo imposible por tratar de liberarse del objeto extraño que le cierra la garganta. Y la escena se antoja demasiado ordenada y limpia. A partir de un análisis somero de la evidencia gráfica, empiezas a sospechar que el gran Alexander Alekhine, el cuarto campeón mundial de ajedrez, considerado por muchos como el más grande ajedrecista de todos los tiempos, el que destronara en singular batalla al legendario José Raúl Capablanca, fue asesinado.
Pero ya un ajedrecista canadiense, Kevin Spraget, a fines del siglo pasado había cuestionado la versión oficial sobre la muerte del campeón mundial. Empieza poniendo en tela de duda la posibilidad de muerte por asfixia o ataque al corazón y prosigue afirmando que «… si una persona 'normal' está sentada y se asfixia se pondría de pie y se agitaría bastante, posiblemente incluso volcando el tablero y las piezas...)»
Y remata diciendo:
«¡El médico que redactó el certificado de defunción más tarde dijo a los amigos que el cuerpo de Alekhine se encontró en la calle, en frente de la habitación del hotel con un disparo en la espalda y confesó que el gobierno (de Portugal) lo había presionado para que redactara el certificado de defunción en los términos que ya ha quedado referido!»
Se dice que, incluso Boris Spassky , casado con una francesa, del servicio diplomático, refiere que —después de la II Guerra Mundial— la Resistencia Francesa creó una suerte de 'Escuadrón de la Muerte' para 'tratar' adecuadamente a quienes estaban en una lista negra de traidores que apoyaron al Tercer Reich cuando el país galo fue invadido por Alemania.
Y en esa lista estaba Alexander Alekhine.
Si es como sospecho considero que, por sus iniciales, si lo que refiere Spassky es cierto, muy probablemente el campeón mundial encabezaba esa lista negra.
Alekhine fue un hombre de luces y de sombras. Después del match de Buenos Aires (1927), Alekhine nunca le concedió la revancha a Capablanca. Era público y notorio que Capablanca había descuidado su preparación, confiado en su genio natural, y Alekhine a base de estudio y análisis lo había tomado por sorpresa. Siempre lo evadió, e incluso evitó hasta donde le fue posible jugar en los torneos donde el Gran Maestro cubano participaba. Las pocas veces que lo hizo Capablanca lo superó. Se supone que Alekhine temía perder la corona mundial ante un juego de revancha. En aquellos tiempos los ajedrecistas solo vivían bien si pertenecían a la élite. Y ser campeón mundial era todo. Alekhine temía a la miseria.
Algunos ajedrecistas famosos fueron carne de manicomio y otros murieron en la mendicidad. Aunque solo es una suposición, se cree que si Alekhine hubiera concedido el desquite a Capablanca éste hubiera recuperado su corona. Su actitud poco caballerosa le ganó la animadversión de muchos jugadores y aficionados al juego ciencia. Luego están sus nexos con el nazismo y el apoyo que le dio al Tercer Reich cuando Hitler decidió invadir Francia. No era muy querido. Cuando murió estaba casi en la miseria. Él vivía del ajedrez, y durante los años aciagos de la guerra no hubo torneos internacionales. Un día antes de su muerte había recibido una carta donde el GMI Mikhail Botvinnik le hacía el reto oficial para contender por la corona mundial de ajedrez. La Federación Internacional lo había desconocido como campeón mundial, pero los soviéticos no quisieron pasar por encima de su derecho como rey del ajedrez y promovieron un encuentro entre el avejentado campeón mundial y una de las estrellas más brillantes del dilatado olimpo ajedrecístico soviético.
O no sabemos.
También para la URSS, el gran Alekhine, era poco menos que un traidor.
Al día siguiente, Alekhine fue encontrado muerto en una habitación de un hotel en Estoril.
El jugo que le hubiera sacado Agatha Christie a esta historia.
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