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LA PALABRA VIAJERA - Francisco Barrios

La pandemia y el pandemonio



En días pasados los portales electrónicos de noticias se llenaron de entrevistas, crónicas, y reportajes a propósito del primer aniversario de la llegada del Covid-19 a México. Un acontecimiento histórico —sin duda— que modificó, de manera drástica y tal vez para siempre, la cotidianidad de todos nosotros; sin embargo no solo nuestros hábitos y rutinas han cambiado, también lo han hecho muchos aspectos de nuestro entorno; piénsese, por ejemplo, en la gran cantidad de negocios que han cerrado en distintos lugares, en el número de personas que, por el aislamiento, dejaron de ser parte de nuestro día a día, y, más terrible aún, en todas aquellas que contrajeron el virus y murieron.


El lenguaje también es parte de nuestro entorno y, aunque parezca mentira, mucho de lo que somos actualmente como individuos se debe al idioma presente a nuestro alrededor en la infancia. El desarrollo de muchas de nuestras capacidades cognitivas pasa por nuestra relación con el lenguaje, y quizá en algún momento el lector (o lectora) se haya preguntado hasta dónde nuestra lengua materna determina las estructuras mentales que distinguen a una idiosincrasia de otra.


Por lo anterior no resulta abigarrado afirmar que la llegada del coronavirus a México también modificó el español que hablamos aquí, y, más aún, que lo hizo de manera similar a como afectó el resto de nuestro entorno. Algunas palabras (tal vez el lector o lectora guste de pensar en sus propios ejemplos) han desaparecido de nuestras conversaciones, sin embargo, otras parecen haber cobrado más vitalidad que nunca, y se han acuñado algunos neologismos.


El dar un ejemplo de todo lo anterior es el propósito de esta columna.


Empezaré por lo obvio: dentro de las palabras cuya frecuencia en nuestras oraciones ha aumentado sensiblemente debemos destacar: pandemia, Covid-19, cuarentena, cubrebocas, sanitizar y vacuna. Pero es la primera de éstas (pandemia) una de esas palabras que han hecho un recorrido considerable para llegar a nosotros. Originalmente era un calco del francés, es decir, un galicismo, cuando éste era el idioma en que hablaban los científicos más importantes del mundo entero, que fue durante buena parte del s. XIX y principios del XX; pero es justamente ahí que su viaje toma mucho de periplo y excursión. Me explico: la palabra (francesa) pandémie se la agenciaron los sabios descendientes de Ásterix (!) del latín “moderno” (que es, por definición, aquel empleado después de la Edad Media) pandemia. Sin embargo este latinajo se trata a su vez de otra imitación y, como cabría esperar, debemos llevar ahora nuestras pesquisas al griego: pandemia procede de la mezcla heterogénea entre πάνδημος (pándēmos) “que afecta a todo el pueblo”, compuesto de παν- (pan-) “todo” y δῆμος (dêmos) “pueblo”, y el sufijo latino -ia, empleado para denotar una cualidad (piénsese, entre otras, en las palabras injuria, “la cualidad del acto que no se apega a derecho”, o victoria, “la cualidad de vencedor” ). De este modo pandemia sería “la cualidad que afecta a todo el pueblo”.


Una etimología falsa podría fácilmente hermanar a pandemia con pandemonio, y de ahí llevar el parentesco todavía más lejos con pandemónium; aunque, en honor a la verdad, las últimas dos palabras sí se derivan la una de la otra: pandemonio desciende de pandemónium que es la españolización del inglés Pandemonium —sí, con mayúscula inicial por razones que explicaré en breve— el cual viene a su vez del griego παν- (pan-) “todo” y δαιμόνιον (daimónion) “demonio”: literalmente se trata de un nombre propio para designar a “todos los demonios”, y es el nombre dado por el poeta John Milton a la capital imaginaria del reino infernal en su poema El paraíso perdido (publicado originalmente en 1667). En cualquier caso, si no se escribe (en español) con mayúscula inicial, pandemónium nos remite en su acepción a pandemonio: “lugar en que hay mucho ruido y confusión”.


De este modo, y casi sin proponérnoslo, llegamos a una palabra que describe bastante bien la actualidad. Por eso mismo no debería sorprendernos que algunos califiquen ya a esta pandemia de pandemonio (o pandemónica, que no existe en español y es un calco del portugués, mucho más laxo a la hora de inventar neologismos, o pandemoniaca). Esperemos que este mismo espíritu por reincorporar palabras en desuso nos anime también a reabrir esos comercios que cerraron, a estrechar con calidez a esas personas que formaban parte de nuestro día a día, y a recordar intensamente a los que murieron. Este es el reto que nos aguarda a todos una vez que pase la pandemia, porque de lo contrario el pandemonio podría no haberse debido a ésta, sino a ese mal que, según Milton en El paraíso perdido, es invisible para todos salvo la divinidad: La hipocresía.


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