Contar una historia.
Los cuentos de la peste, de Mario Vargas Llosa
No es la primera vez que la humanidad se ve envuelta en un encierro.
Las enfermedades, la peste, las diferentes pandemias que afectaron al planeta hacen reflexionar al hombre –genéricamente– que no está ajeno a los designios de la Naturaleza. En la obra de teatro Los cuentos de la peste, Mario Vargas Llosa acude al texto Decamerón, para contarnos de nueva cuenta la vulnerabilidad de la raza humana. El texto original es interesante. Escrita entre 1351 y 1353, cuyo autor es Giovanni Boccaccio, conformado por cien cuentos, donde se exponen los temas del amor, la inteligencia humana y la fortuna, y están relacionados con argumentos como el erotismo, el drama, la tragedia, las bromas, entre otros,
Decamerón, narrada cada noche por cada uno de sus protagonistas, en su retiro en una villa, donde se resguardan de la peste negra, que devasta a Florencia. La ciudad está en caos producto de la cantidad de muertos nunca visto, en esto siete damas entre las que se encontraban amigas, parientes y miembros de la alta sociedad florentina, se reúnen fortuitamente, un martes en horas matutinas, en la desolada iglesia de Santa María Novella, una vez terminada la misa, entablan una conversación sobre lo que está sucediendo. Las damas deciden huir de la ciudad, resguardándose en una villa cercana. Para tal efecto, invitan a siete muchachos igualmente de buenas familias para compartir la villa. Para pasar las tardes de manera entretenida, programan que cada noche, cada uno de los siete jóvenes tendrá que narrar un cuento o novela corta, a excepción de un día a la semana que hay que dedicarla a las labores y otro día que es el sagrado, en los que no hay ningún tipo de faena y están consagrados al recogimiento y a la oración.
Durante el desarrollo de la actividad los protagonistas nombran un rey o reina y éste decidirá el tema sobre los cuales versarán los cuentos, en cada uno de los diez días alternadamente, de manera que al finalizar las dos semanas se habrán narrado 100 cuentos, mas uno adicional que Boccaccio incluyó en la cuarta jornada.
Vargas Llosa resume la actividad en veinte segmentos de la obra reuniendo a cinco personajes que irán contando cuento tras cuento, confundiéndolos, desligándolos, aumentando o disminuyendo la intensidad de lo narrado.
Ya en otro texto sobre Las mil y una noches, el peruano incluye eso que ha sido la constante en su vida, el placer de contar historias. Sherezada cuenta, lo mismo que los personajes de Los cuentos de la peste. Claro, lo que en tiempos árabes fue una gentil gracia del tirano, en Los cuentos de la peste es una actividad colectiva.
Antes solo había una detentadora de la imaginación. En Bocaccio/Vargas Llosa, la imaginación se vuelve colectiva. Todos tienen/tenemos, una historia que contar. Todos nos ufanamos diciendo que vamos a referir un suceso que dejará con la boca abierta a los espectadores. A veces, no nos deja con la boca abierta pero sí nos acomoda el espíritu.
Contar cuentos es una actividad perdida/olvidada por la humanidad. Los cuentacuentos se diluyen o se entusiasman. Siempre terminan alejándose del cuento. En tiempos del sultán los cuentos fluían a través de la condenada. En tiempos de Bocaccio los recluidos cuentan historias donde la fama, la fortuna, la tragedia o la comedia toman la palestra. Y todos se ufanan diciendo que ellos/ellas son protagonistas. Ya el poeta Ciprián Cabrera Jasso dice en su libro Escudriños, refiriéndose a las cortes de amor:
Se supone que estas cortes estaban formadas por tribunales de diez a setenta mujeres que oirían un caso de amor y se pronunciarían sobre él basadas en las reglas del amor. Los historiadores del siglo XIX tomaron la existencia de estas cortes como un hecho; sin embargo, los historiadores posteriores, como Benton, señalaron que “ninguna de las abundantes cartas, crónicas, canciones y dedicatorias piadosas” sugieren que alguna vez existieron fuera de la literatura poética. De acuerdo con Diane Bornstein, una manera de conciliar las diferencias entre las referencias a las cortes de amor en la literatura y la falta de pruebas documentales en la vida real es que eran como salones literarios o reuniones sociales, donde los participantes leían poemas, debatían cuestiones de amor y jugaban juegos de palabras, es decir, flirteaban.
Así se conforma el texto de Bocaccio. Vargas Llosa, hijo de la modernidad y de la controversia literaria, propone un juego ya jugado en otros textos.
Por ejemplo, en La señorita de Tacna los personajes son transformados por la necesidad del narrador, el mismo dramaturgo en su escondrijo literario, en sus alternos caracteres. En Los cuentos de la peste, los personajes toman la personalidad de los caracteres narrados. El autor establece de este modo una simbiosis general entre los que narran y son narrados, pudiendo ser uno u otro a través de la historia. El autor tiende a proponer un instante entre lo que se envuelve o lo que se deslinda.
Los nobles y los plebeyos, dos y dos, y el conductor de la narración cuentan las anécdotas de su tiempo donde amantes y amados juegan al viejo juego del amor siendo felices o desdichados, íntimos o declarados, furiosos o felices. Ejercicio de suma ambición dramática, Los cuentos de la peste es una buena lectura en estos tiempos igualmente hedónicos, donde una buena historia nos ayuda/ó/ará a pasar el aislamiento.
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