Dos poemas sobre insectos de Federico García Lorca.
Ian Gibson menciona, así como de pasada, el poema Los encuentros de un caracol aventurero, muy primerizo en la obra del andaluz. De él sabemos que tomó el asunto para El maleficio de la mariposa. La anécdota es muy simple. Un caracol sale a pasear, se encuentra ranas y hormigas que lo hacen reflexionar en la filosofía de las cosas, para regresar después a su casa convencido de la enormidad del mundo. Ducho en hacer que los animales hablen, nuestro poeta es un verdadero Esopo. Ya vimos el inicio del Caracol aventurero. Justo es concentrarnos en otro exquisito poema suyo. Seguro lo recuerdan:
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Hemos olvidado en nuestro absurdo, conmovedor, lógico mundo moderno, las imprecaciones en la poesía. García Lorca las sabe muy bien. Trae nuevamente a la mente el conocimiento del mundo animal. Al darle voz a los animales, la fauna de insectos, mariposas, ranas, lagartos, es cómplice de la imaginación y fantaseamos las alucinantes mezclas del poder para que nosotros vivamos ese instante en que atisbaremos la vida desde el más ínfimo de los microcosmos.
No en balde, el prólogo del Maleficio, donde se alude al viejo silfo de las muletas, también señala el momento en que los hombres debemos interesarnos por el mundo pequeño, ese mundo que camina bajo los muebles, entre la hierba, por entre el prado, hacia la bruma o hacia el verano.
La vida bajo las plantas de estos textos garcialorquianos, la vida de lo ínfimo es muestra de una observación atenta, silenciosa, veraz del poeta. Los animalitos que resuelven teorías filosóficas tan deliciosas como estas que encontramos en su poesía, provocan en nosotros risas y comentarios donde la veleidad del impresionismo sacude nuestras mentes. García Lorca reconoce en sus pequeños personajes, atisbos de la más sabia in(de)formación.
La Mariposa, en su diálogo con los gusanos, sabe que alcanzar las estrellas es la ambición más feliz de la pradera. No hay sigilo. La fauna en estas obras parece haberse despertado, gritándonos al unísono, ¡Mírennos, estamos vivos!
Reconocemos así mucha de la magia del andaluz en su enorme don de hacer hablar a los grandes sentimientos a través de los seres más pequeños.
Las ranas y los gusanos vuelven al mismo punto. Recubrir los instintos de la Mariposa o del caracolito. Pero mientras lo que en ella es ferocidad, mancuerna, idea de la perversión, en el caracol es ventaja, imaginación, intriga. La Mariposa habla a los gusanos desde su conocimiento de la belleza. El caracol habla a las ranitas desde su más profunda sensación de angustia.
Dicen en otro momento los versos del caracol aventurero al encontrarse este con un grupo de hormigas:
Encarnadas se encuentran.
Van muy alborotadas,
arrastrando tres de ellas
a otra hormiga que tiene
tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
“Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
a vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.”
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.”
La hormiga, medio muerta,
dice muy tristemente:
“Yo he visto las estrellas”.
¿Qué son las estrellas?
- dicen
las hormigas inquietas
Si glosamos el asunto con el de la Mariposa, encontraremos un punto, o muchos, de coincidencia. La Mariposa, en uno de sus mejores destellos, pregunta a los gusanos si son estrellas. Ellos le responden con dolor, mientras que las hormigas de este otro poema responden con terror ante la que se atrevió a mirar demasiado alto. Cuando pasa una abeja, la hormiga moribunda la confunde con quien ha venido a llevársela allá, a las estrellas. El caracol reflexiona en sus encuentros del mismo modo que Curianito reflexionará en los suyos. Resumiendo, ambos casos concluyen en lo siguiente:
a) El oficio de poeta, mismo que le reclaman al caracol las ranas y a Curianito las otras curianas.
b) El mirar demasiado alto, lo que se concreta en la plática del caracol con las hormigas y de la Mariposa con los gusanos.
Porque la muerte se disfraza de amor, el amor tiene la misma intensidad que la muerte. No existen, en el mundo de los amores locos, una sin el otro. Hay un profundo amor entre las exageradas demostraciones de los gusanos, que se saben viejos, ajenos a la delicada forma de la Mariposa. Pero ella también busca estrellas, como el caracol del poema primero de García Lorca, ella también quiere ilusiones, quizá porque ya las ha perdido todas.
El caracolito solo reflexiona. Esa es la penitencia de ambos seres, muy alta una, muy de la tierra el otro.
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