Inicié mi partida de ajedrez con un movimiento del caballo (izquierdo), recordé una partida anunciada por la televisión muchos años atrás, vi una publicidad, la escena de una película y escuché una voz.
Pensé en mi juego, mientras miraba el tablero cuadriculado en colores blanco y negro. Observé las piezas, inmóviles, en silencio, esperando la orden para el movimiento oportuno, certero y... destructivo.
Escuché un ruido. Alguien llegó en auto. Lo supe. Las puertas se estremecieron al cerrarse bruscamente. Escuché los pasos ascender sobre los escalones de mármol. La casa era amplia, grande, con un jardín imponente y verde. Los empleados caminaban por sus alrededores. El jardinero esperaba.
En la sala: una biblioteca, algunos sillones y una mesa. La luz del día iluminaba a través de las ventanas. No había nadie allí. Pero... en la planta alta, en las habitaciones Ivetzia se peinaba frente al espejo de la cómoda grande de cedro recién lustrado.
Moví un peón... La puerta de la habitación se cerró de golpe. Ivetzia gritó. Un alfil enemigo cayó en el enfrentamiento y la batalla avanzó como una discusión diplomática con una torre avasallando al rey.
-Jaque- grité.
-Jaque defendido- dijo mi oponente.
Pero rápidamente mis ojos miraron la reina y mi mano la deslizó velozmente hacia adelante.
-Jaque, jaque mate- grité enfervorizado, olvidando lo pasado.
Después de todo, ¿a quién le importaría saber que Ivetzia murió ese día por una puñalada en el vientre que le propinó su marido al entrar en la habitación? ¿A quién?
Publicado en El juego de los errores
(Narrativa). Smashwords. 2020.
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