Ruptura y creación
Alfonso de Toro, en su ensayo Postmodernidad y Latinoamérica, opina que la postmodernidad histórica comenzó en los años setenta con los movimientos pacifistas, ecológicos, la perestroika, y que continuará hasta la culminación de su evolución “… con la desintegración de los sistemas estalinistas de Europa del este, evolución a la que seguirá, tarde o temprano, un radical cambio del sistema político-militar del oeste” (p. 445).
Pienso que la evolución de cualquier etapa histórica depende de su universalidad.
Recuerdo haber leído aquellas teorías que planteaban que el comunismo prevalecería sobre el capitalismo, pero mientras más de la mitad del mundo no lo fuera, era ingenuo aceptarlo.
Más fácil de aceptar es el hecho de que la internet, a través de los móviles, destrone a los demás medios de comunicación, pues cada vez se extiende la señal a los lugares más recónditos, o antes inaccesibles, y su función no es solo la de comunicar. Aunque por ejemplo, en Tabasco, todavía hay muchas localidades, rancherías, que no cuentan con el servicio.
Latinoamérica vive en ruptura total entre sus realidades culturales, económicas, políticas y sociales. Mientras que la obra literaria de sus exponentes ha sido considerada en parte del mundo como de alto nivel, la educación básica y su economía son cada vez más pobres. Es común que digamos que México es el país del absurdo. Antes decíamos que era del contraste.
A pesar de que muchos países latinoamericanos nunca entraron a la modernidad, su literatura, influida por Europa, comenzó a desarrollarse entre 1888 y 1960. Sus actores salieron de los rincones para apropiarse de una cultura universal, no exclusiva de sus localidades: Neruda, Roa Bastos, Carpentier, Vargas Llosa, García Márquez. El caso de Borges fue a la inversa. La universalidad se aposentó con él en Argentina.
A Borges se le conoce como un autor postmoderno al ver su obra a través de una mirada retrospectiva (de hecho, se reconoce el comienzo de la postmodernidad en los años sesenta). Sentó el paradigma de la postmodernidad a través de un discurso literario, de acuerdo al análisis de Alfonso de Toro, deconstruccionista, ficcional fantástico, filosófico, metafísico, teológico, místico, filológico, detectivesco, paródico, disolución del narrador en tercera persona, colectividad y repetición, lector como activo coautor… afirmando con esto las bases de la evolución del postmodernismo, que sí, continúa evolucionando en nuestros días.
Rayuela (1963), de Julio Cortázar, con sus tres posibles lecturas, es la novela “del metadiscurso, intertextualidad, deconstrucción e introspección” (De Toro, P. 461). La fragmentación de la diégesis, la diferenciación tipográfica, su ironía, su variedad de discursos, la hacen un modelo del postmodernismo literario. Esto no significa que todas las novelas se escribieran siguiendo esa estructura, sino que sentó la libertad para experimentar con los tiempos, los personajes, narradores, espacios… y un final abierto a la decisión del lector.
Más que diferenciar entre tipos de novelas, pienso que podemos encontrar muestras de la evolución del postmodernismo siguiendo a sus destacados novelistas, entre los ya mencionados encontramos al argentino Ricardo Piglia (1941-2017), con su novela Respiración artificial, que reta al lector a leer entre líneas; al también argentino Juan José Saer (1937-2005) con su libro de cuentos La mayor; al uruguayo Mario Levrero (1940-2004), con El discurso vacío, y al chileno Roberto Bolaño (1958-2003), con Los detectives salvajes.
Ahora, más que nunca, la participación lectora se involucra como hacedora o constructora del arte. Toda la ruptura con las formas clásicas, que no dejan de ser apreciadas, la gran experimentación de los discursos literarios que comenzaron a manos de Borges, repercute en la forma en que actualmente se lee. Los niños crecen con juegos interactivos en los que pueden modificar las historias. Los jóvenes pueden retomar una historia y deconstruirla, y armarla entre varios y crear de una obra, de la que nadie recuerda el nombre de su autor, otra que a lo mejor podría llegar a ser una obra de arte, o solo un pegoste.
Es común que el autor se sorprenda ante las interpretaciones que los lectores pueden hacer de su obra. Me ha sucedido en talleres de creación literaria. Los talleristas llegan a discutir sobre lo que quiso decir el autor. Pelean por tener el honor de haber descubierto su pensamiento profundo. Por eso reconozco que la intención, y la “autoridad” sobre la historia contada, no aseguran que el lector piense lo mismo. Menos a partir de que los escritores decidieron romper la estructura narrativa tradicional, la clásica, la lineal, con disrupciones, fragmentaciones, contradicciones…
Bibliografía consultada:
1. De Toro, Alonso. Postmodernidad y Latinoamérica.
2. Saldaña, Alfredo. Literatura y posmodernidad.
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