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Foto del escritorPalabra Infinita

TACTICA Y ESTRATEGIA «El ajedrecista» por Cesar Augusto

— Hola —dijo el señor Linares, mostrándose frío y distante.


Carolina no se sorprendió. Era el trato habitual de este señor tan pensativo y moderado. Esa cara de cansancio, de eterno insomne, la sonrisa contenida y la mirada turbia, pero afable. Alguna vez, en las frías mañanas de La Ciudad Capital se había preguntado, cómo sería mi vida a lado de este señor, si somos tan diferentes, yo dormilona y él siempre despierto, hasta altas horas de la noche, y al día siguiente, a las cinco de la mañana ya lo encuentras de pie, recién bañado y vestido, eso sin contar que me lleva…, cuántos años. «No, nada que ver, es absurdo.»


— No entiendo nada de ajedrez, pero quise venir a verlo —dijo la muchacha—

¿Cómo va?

— Ya he jugado dos rondas y he obtenido dos puntos.

— No sé qué son rondas ni cómo es eso de los puntos, pero supongo que va usted

bien.

— Sí, claro.


Luis Enrique y Von Fritz, entraron en silencio. Se mostraron sorprendidos ante la belleza de la muchacha, pero no dijeron nada, pasaron de largo y siguieron hasta la mesa del juez del torneo. El juez era un señor monumental con gafas de fondo de botella, que les indicó algo y señaló al señor Linares con la mano. Luís Enrique vino hasta donde estaban Caro y el señor Linares. Saludó amablemente a la muchacha y le dijo a Linares, «llevas negras para la próxima ronda, si te juegan Peón de Rey quiero que nos regales un dragón.»


— Veré si se puede —dijo el señor Linares.


Y sonriéndole a Carolina, añadió: «Porque en un caso así veré mejor la manera de rendirte un homenaje.» El gesto de Luis Enrique fue elocuente, pero la sonrisa de la chica ejercía sobre él un efecto sedante, de manera que solo meneó la cabeza y se miró la punta de los zapatos. «Como tú quieras —dijo—, pero gana la partida.»


Y se marchó.


— ¿Qué es un dragón? —preguntó Caro.

— Es una variante de la Defensa Siciliana —respondió el señor Linares.


La llevó a una mesa, ante un tablero con las piezas dispuestas. Con rapidez hizo las primeras jugadas y planteó la Defensa Siciliana, variante del Dragón, y mostrándole la estructura de peones, con el alfil de rey en fiancheto, le dijo:


—Observa como la configuración de los peones de las negras sugieren la elástica

figura de un dragón.




Carolina observó interesada la posición en el tablero. «Naturalmente —dijo con imperturbabilidad—, se necesita la mente de un ajedrecista para ver en esta posición la forma de un dragón.»


Y luego, con la mirada tendida a lo largo de la sucesión de mesas, preguntó:


— ¿Cómo es eso de rendirme un homenaje?

— Lo tendrás que adivinar.



Ya en la mesa de juego, ante el avance del peón de rey a la casilla número cuatro, el señor Linares avanzó una casilla el peón de alfil de la dama.



Su oponente, un joven rubicundo, de ojos verdes y cabello ensortijado jugaba por nota. Movía sus piezas con celeridad y precisión, casi con la misma rapidez del señor Linares. La partida derivó hasta una posición cerrada y los jugadores bajaron el ritmo, e iniciaron pesadas maniobras con las piezas ligeras.

Ludwig Von Fritz se aproximó a Carolina.

— ¿Entiende usted de ajedrez?

— Casi nada —dijo la muchacha.

— Alcancé a escuchar lo que le dijo el señor Linares. Sabe, la defensa que está

ensayando es considerada una de las más sólidas con las piezas negras. Es un

poco como la defensa francesa, pero sin el inconveniente del alfil de dama

limitado por su formación de peones.


Naturalmente que la chica no entendía en absoluto la explicación del maestro.


— Es una defensa de campeones mundiales. Es la favorita de Karpov —prosiguió

Von Fritz—. Si bien se ve es una defensa muy lógica. Pero requiere mucha

paciencia.

— Y paciencia es lo que le sobra al señor Linares —murmuró Carolina.

— Lo conoce usted muy bien.

— Desde niña.

— Es una defensa para conocedores —prosiguió Von Fritz.


En la mesa de juego, el señor Linares había logrado estabilizar las piezas por el lado de la dama, y mediante un avance del peón del alfil irrumpió en el campo de batalla iniciando una maniobra envolvente. No fue un contrataque. Fue más bien el avance de las piezas ocupando casillas vitales para irradiar su poder en todas las direcciones del tablero. Mediante maniobras de simplificación fue procurando una avanzada persistente y desmoralizadora. Pero al llegar a la fase definitoria el señor Linares se perdió en una reflexión de más de veinte minutos. Prácticamente llegó al límite del zeitnot. Ludwig Von Fritz, dejó su lugar junto a Caro y se asomó a la posición. Encontró que Linares tenía ganada la partida. Solo había que abrir líneas y proteger el avance del peón hasta la octava fila. Regresó junto a la muchacha visiblemente contrariado.


— Está absorto. Parece que no encuentra la línea ganadora.


Siempre didáctico le contó una historia de las lides ajedrecísticas mundiales. El genio de Riga, como le decían a Mikhail Thal, lo más cercano a Paul Morphy surgido de la escuela soviética. Era un jugador brillante. Sus rutilantes combinaciones hacían pensar que lo suyo era magia. Sus partidas eran espectaculares, con mates inesperados a niveles artísticos. No obstante, alguna vez, el gran maestro soviético, reconoció que algunas veces, durante las partidas le venían a la mente ideas que no tenían nada que ver con el juego ciencia. La anécdota más conocida sucedió en 1964, durante el campeonato de la URSS, enfrentando a un jugador de nombre Vasiukov. Habían llegado a una posición del medio juego, y tocaba jugar a Mikhail Thal, y pensando en el sacrificio de un caballo empezó a calcular múltiples variantes hasta que le vino a la mente una canción infantil que decía: "Oh que difícil es el trabajo de sacar un hipopótamo de un pantano". A partir de ese momento se olvidó de la partida y en su mente forjó múltiples maneras de rescatar a un hipopótamo empantanado en el fango. Pensó en palancas, cabestrantes, tractores, escaleras de cuerda y hasta helicópteros pero no encontró la manera de sacar el hipopótamo del fango y decidió que mejor sería dejarlo ahí. Naturalmente que los espectadores suponían que Thal estaba sopesando minuciosamente la posición. Y cuando Thal pudo retirar el hipopótamo de su mente sacrificó el caballo sin más y ganó la partida.


— Mire, ya jugó —dijo de improviso Carolina.


Efectivamente, Linares había hecho la jugada que Von Fritz había previsto y desencadenó una maniobra que culminó con la victoria en el límite de tiempo. Al hacer su último movimiento y firmar la hoja de la partida, alzó la mirada cansada y por primera vez en todo el torneo sonrió.


— En qué pensabas —preguntó Carolina cuando salieron del salón.

— No me lo vas a creer. Dejé mis llaves en tu departamento.

— ¿Y el homenaje que según me ibas a hacer?

— ¿No te lo dijo Von Fritz?

— No.

— Jugué la defensa Caro Kann.


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