Tenochtitlán
Rocío de la Vega Folgarás
Para mi arqueo astrónomo favorito
Hans Martz de la Vega
Y de pronto, me encuentro en este hermoso lugar. Magnífico, irreal, un sueño. Empiezo a girar y girar. Aparecen las construcciones monumentales, las calzadas bien trazadas y el tianguis. Nunca había visto algo igual. Pájaros de mil colores, quetzales, gavilanes y guajolotes. Intercambian de todo: hierbas medicinales, plumas, joyas, pequeños perros, frutas, verduras, miel, el tan apreciado maguey, telas y losa. Todo es hermoso, impresionante. Se colocan en el suelo; tienen sus medidas. Son muy ordenados, se juntan por mercaduría. ¡Es tanto lo que puedo decir, que no tendría fin! Es mi gran Tenochtitlán.
Las pirámides, enormes, majestuosas, ceremoniosas. Hay agua por todos lados, con canales que los llevan, de un lugar a otro, sin dificultad. Sus importantes señores viven en lugares especiales, ataviados con joyas de oro y enormes penachos de plumas multicolor. Son limpios, aseados. Tienen numeración, conocen el cero, sus pinturas son llamativas, saben de astronomía, en códices escriben su historia. Es un pueblo alegre, respetan a los mayores, siempre saludan. Las mujeres son discretas, visten huipil y quesqueme, y embellecen sus cabezas con el cabello hasta la cintura.
Los hombres son conservadores, usan maxtle de algodón blanco, y en los pies sus cactli. Su piel es color de miel quemada, sus dientes blancos como conchas. Tienen dioses para cada cosa; Huitzilopochtli, dios principal, Coyolxauhqui, diosa de la fertilidad, Xipe-Tótec, dios de la renovación, y así podemos enumerar no sé cuántos más. Lo que sí sé, es, que mi sueño se hará realidad. Seré arqueólogo, recogeré tepalcates, caminaré caminos sin camino, mis pies se ampollarán, mis manos tendrán callos, y mi alma, por las noches, descansará llena de los tesoros que mi hermoso México me da.
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