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Foto del escritorPalabra Infinita

Táctica y Estrategia - 06/03/2021 por Cesar Augusto

Steinitz, jaque mate a Dios


Habida cuenta que al decir de Albert Einstein Dios no juega a los dados con el universo, es muy probable que tampoco juegue al ajedrez. De modo que la locura de Wilhelm Steinitz: ganarle a Dios dándole ventaja de peón y salida, no tiene sentido alguno, salvo si analizamos sus orígenes talmúdicos. Era judío y se supone que el ideal de sus padres fue que, con el paso del tiempo, el hijo se convirtiera en rabino. Parece que el destino, que sí juega a los dados, determinó que Steinitz se convirtiera en ajedrecista, y no solo eso, sino en el primer campeón mundial reconocido como tal en la historia del juego ciencia. Creo haber dicho que este gran jugador fue quien sentó las bases del ajedrez moderno.


Wilhelm Steinitz nació en Praga, en el año de 1836. En su juventud marchó a Viena para estudiar ingeniería. Viena era en ese entonces un hervidero de ajedrecistas, y pronto el joven Steinitz se sintió profundamente inclinado por el juego ciencia. Empezó jugando en los cafés, apostando pequeñas cantidades de dinero, llegando a vivir de ello por algún tiempo. Fue así como se convirtió en el jugador más connotado de la comunidad ajedrecística vienesa. Dejó la universidad para dedicarse profesionalmente al ajedrez.


Pero el camino no iba a ser fácil. Los reyes del momento eran Adolf Andersen, un maestro de escuela alemán, que mataba sus ratos libres jugando ajedrez, Ludwig Paulsen y Joseph Henry Blackburne, uno de los personajes más curiosos de la historia del ajedrez, que bien pudo haber inspirado la serie Gambito de Dama, pues sostenía que beber whiskey mejoraba considerablemente la calidad de su juego. Yo lo he intentado con cerveza y tequila, y doy fe de que esta hipótesis no es tan descabellada y debería ser estudiada. Y también estaba el llamado «orgullo y tristeza del ajedrez», Paul Morphy. Considerado como un genio por el mismísimo Bobby Fischer, Morphy tuvo una gira triunfal por Europa en 1858 derrotando a los mejores jugadores de la época. Pero se retiró pronto de las contiendas ajedrecísticas y nunca jugó con Steinitz.


En aquellos tiempos se practicaba un ajedrez romántico. Las historias comenzaban con el consabido «Había una vez…», y las partidas de ajedrez iniciaban por el lado del rey y eran juegos abiertos de matar o morir. Fue el tiempo de los gambitos. Partidas violentas, envueltas en una deslumbrante pirotecnia de sacrificios de peones y piezas con miras a dar un jaque mate fulgurante y brutal. El arte de la defensa, la profilaxis y la estrategia pasaban a segundo término. Bueno, en verdad, no existían. Rechazar un gambito era tomado como un signo de cobardía y, en cierto modo, una falta de caballerosidad. Pese a todo, Wilhelm Steinitz empezó a practicar un juego posicional, estratégico. Temas como estructura de peones, casillas débiles y fuertes, columnas abiertas, puntos de ruptura fueron analizados a profundidad y puestos en práctica por este gran jugador, que con ello dio inicio a un ajedrez más ordenado y científico, que más tarde vinieron a perfeccionar otros maestros como Lasker, Capablanca, Nimzovich, Alekhine, Grünfeld y Mikhail Botvínnik, este último considerado como el patriarca de la escuela soviética, maestro de Kasparov y Anatoly Kárpov.


Steinitz superó a todos los maestros de la época y ante la ausencia de Morphy pronto se empezó a considerar como el mejor jugador del mundo. Pero había que establecer claramente que él era el campeón mundial. De modo que se buscó la forma de dirimir esa cuestión.




Steinitz no era lo que se dice un hombre guapo. Era sí, vigoroso y tosco, de baja estatura, de frente prominente, hombros y brazos poderosos, de piernas cortas, cojeaba ligeramente al andar. Se mostraba huraño, irritable y poco agradable. Pero era brillante. Su estilo de juego pasó de ser abierto y de geniales combinaciones a un estilo defensivo y posicional. Digamos que jugaba diferente a sus contemporáneos.


El primer match por el campeonato del mundo se celebró en Nueva York, Saint Louis y Nueva Orleans y dio inicio el 11 de enero de 1886. Lo disputaron Wilhelm Steinitz y el ajedrecista polaco Johannes Zukertort, uno de los jugadores más fuertes de la época. En la fase neoyorkina le fue mal a Steinitz. Zukertort le propinó una paliza de 4 a 1, pero al llegar a la tierra de Paul Morphy (Nueva Orleans) ya el tanteo estaba igualado y el viejo Steinitz terminó aplastando a Zukertort 10 a 5. De esa derrota el polaco no se repuso ya que a partir de ahí nunca pudo levantar cabeza. Por su parte Steinitz ya empezaba con sus ondas macabras de que podía jugar a distancia a través de una suerte de telefonía inalámbrica, si bien aún no se le había ocurrido la brillante idea de retar al supremo creador del universo a dirimir diferencias tablero de por medio dándole salida y peón de ventaja.


Todavía defendió exitosamente su título contra Mijail Chigorin, en la Habana Cuba (1888). En 1890 volvió a Nueva York para retener su título contra Isidor Gunsberg, un reconocido maestro húngaro. Dos años más tarde volvió Chigorin a enfrentar a Steinitz. Con apuros, el austriaco retuvo su título. Sus nervios ya empezaban a andar mal. En una de las partidas, casi al final del match, el campeón mundial cometió un error de principiante que le costó la partida. Ya Steinitz andaba rondando los sesenta años.


La Habana (1892) Campeonato mundial, 23.ª partida


En esta posición, Steinitz, que jugaba con blancas y llevaba ventaja material, movió su alfil a b4, tocando a la torre negra en d2, dejando sin protección al peón de h2 que estaba delante del rey blanco. El gran Mijail Chigorin, a la velocidad de la luz, capturó ese peón con la torre de e2 aplicando un jaque brutal con mate en la siguiente jugada. El señor de los cielos, sin duda respiró tranquilo.

Finalmente, en 1894 un disminuido Wilhelm Steinitz, ya con un pie en el manicomio y sobrellevando serios problemas de salud, enfrentó a Emmanuel Lasker en Nueva York. Su indiscutible maestría le permitió sostener la igualdad hasta la séptima partida. Pero a partir de ahí se derrumbó y perdió estrepitosamente con diez partidas en contra, ganando apenas cinco y empatando ocho.


A la izquierda Steinitz, y a la derecha Lasker



A partir de esta fecha, Emanuel Lasker dominaría el olimpo ajedrecístico, hasta la llegada del Mozart del ajedrez: el GMI José Raúl Capablanca y Graupera. Pero este es tema para otro apunte.


Todavía el gran Steinitz hizo algunas giras internacionales con resultados irregulares. Ya no volvió a ser el mismo. Regresó a Estados Unidos, con sus problemas de salud y trastornos mentales acentuados, y murió en un hospital psiquiátrico de la isla de Ward, en Nueva York. No obstante, su legado ajedrecístico fue enorme. Siegbert Tarrasch, Emanuel Lasker, Nelson Pillsbury, Karl Schlechter (otro enorme jugador, de un espléndido estilo posicional), Geza Maróczy, Akiba Rubinstein, Capablanca, Alekhine y los que siguieron reconocieron la deuda que tuvieron con el viejo Steinitz.


No sabemos, si allá en la otra vida, Dios haya aceptado el reto y las ventajas que este enorme jugador le ofrecía.



César Augusto


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