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  • Foto del escritorPalabra Infinita

Táctica y estrategia por César Augusto

El ajedrez en jaque


Hoy trabajé de firme y limpié un estante completo. No me entretuve ni dormité como en días pasados. Tocó el turno a las enciclopedias, a las hileras de literatura contemporánea y biografías. Este día el verano fue más benigno. Hay nubes oscuras en el cielo. El calor es soportable, la brisa se mantuvo todo el día y no hubo quemazón en el basurero. Mi mamá no quiso salir de su habitación sino hasta la caída de la noche. Julio César se mantuvo encerrado en la biblioteca y Danny bajando videos de terror a través de su celular, seguramente por la noche no va a poder dormir. A Indira no la vi en toda la mañana.


Ya el asunto este de la biblioteca va tomando forma. Náydelin me sugiere que debo pintarla —de hecho, es el único espacio de la casa que conserva su pintura original—, pero le respondo que en este momento me interesa más el buen estado de los libros. El polvo se les adhiere en las tapas, hay mucho excremento de salamandras y hormigas menuditas que se introducen por la menor rendija y manchan todo a su paso (de los comejenes mejor es no hablar).



Los estantes van quedando ordenados, el espacio se ve limpio y todos los trebejos que ahí fueron a parar van saliendo en cajas de cartón para sus lugares habituales. Había topers, sartenes, vasijas, adornos navideños, ropa, muebles, sillas atiborradas de papeles y libretas usadas. Y polvo, mucho polvo. Siempre me he preguntado de dónde sale tanto polvo y cómo se acumula aún en los espacios más cerrados. Es un polvo finísimo. Con el paso de los días va formando una delicada cutícula que va oscureciendo las tapas de los libros y los bordes de sus páginas que con el paso de los años se tornan amarillentas y despiden un grato aroma de cosa antigua. Todavía conservo el primer libro que compré siendo apenas un niño. Es una pequeña obra de un dibujante alemán de nombre Will Hayes. Lo compré por medio del servicio de correo reembolso. En aquellos tiempos, estoy hablando de la década de los setenta (siglo pasado), en la administración de correos distribuían unos folletitos de la Editorial Olimpo. No sé si alguien se acuerde de ellos. Con avidez recorría sus páginas y leía los títulos de las obras que ahí se ofrecían.


Durante mi niñez me sentí inclinado por el dibujo y a lo mejor hubiera yo sido dibujante si no hubiera sido por mi inconsecuencia que me llevó más adelante a inclinarme por la guitarra, el ajedrez y la lectura. Resultado, en ninguna de estas áreas destaqué lo suficiente quedando apenas como diletante, y de los peores.

El librito tiene un nombre sugerente: “Curso rápido de dibujo sin maestro”. Fui un entusiasta practicante del dibujo humorístico. Con este libro y otros que vinieron después aprendí un poco el dominio del trazo con el lápiz y la pluma. Aprendí la técnica del estarcido y el copiado con cuadricula. Durante mi periodo como estudiante de secundaria elaboré una historieta de la que afortunadamente no quedan vestigios.


Eran unos personajes chistosos que vivían en un pueblito a orillas de un lago (ya desde ahí se venía asomando mi novela “Sangre de abril”). Había un joven de calva reluciente que se llamaba Tito Capistrano, unos muchachos que hacían tropelía y media, el infaltable científico loco –don Lucas Ontiveros, ya el nombre lo decía todo—y un hombrecillo que vivía en el interior de una especie de lavadora que se desplazaba de un lado a otro equilibrándose en una rueda que soportaba todo el peso de la máquina. Me fastidié cuando me demostraron que algunos de mis personajes no eran originales. Al menos don Lucas en la actualidad tendría mucho en común con el Dr. Heinz Doofenshmirtz, el científico loco de Phineas y Ferb. En fin, una historieta para el olvido.



No obstante, leí un poco. Por la tarde conversé largo y tendido con Indira de los Santos. No sé si ya lo comenté, pero Indira juega al ajedrez y lo hace maravillosamente bien. Ayer por la tarde jugó una partida con Humberto Domingo. Ensayó con negras la variante del dragón de la Defensa Siciliana. Apenas planteada la apertura lanzó un ataque devastador contra mi amigo desplazando violentamente sus piezas ligeras sobre el ala de la dama. Humberto Domingo salvó la partida gracias a su frialdad y a su maestría en el arte de la defensa. Obtuvo tablas por repetición de jugadas.

—¿Cuál fue mi falla? —me preguntó Indira.

—Creo que ninguna —le dije—. Debemos empezar por admitir que a nuestro

amigo es muy difícil, por no decir casi imposible ganarle una partida. ..............Necesitas jugar con mucha atención.

—Y poseer el grado de Gran Maestro Internacional —bromeó Indira.

—No, no tanto. Lo que pasa es que Humberto es impasible…

—Como el personaje de la novela de Graham Greene.


Hace referencia a “El americano impasible”, la obra que hace dos días me hizo soñar con un fumadero de opio. Me sucedió algo muy curioso. Ya se sabe que cuando estás limpiando libros terminas leyendo y se te amontonan las tareas y lo que te podría llevar un día o dos se prolonga por más de una semana. De modo que, entre los libros viejos, esos que ya tienen las hojas amarillas y despiden un aroma delicioso, encontré una obra de Graham Greene y después de limpiar las tapas con un trapo húmedo —todos mis libros están forrados con papel adhesivo transparente— leí unas cuantas páginas y me quedé dormido, sentado en una poltrona, justo ahí donde uno de los personajes se disponía a fumar una pipa de opio.


Me vi metido en uno de esos fumaderos aspirando el aroma de la droga (no tengo la menor idea de cómo sea un fumadero de opio, mucho menos a qué huele ni como es el opio, Graham Greene la describe como una goma, quiero suponer que así es la droga cuando ya está procesada), solo que la droga me sabía a humo, y era que alguien le había metido lumbre al basurero y el humo nos invadió pues la brisa se había levantado con fuerza.


El basurero está ahí donde los lugareños dejaron la panga que hoy se pudre a la intemperie a pocos pasos del mar. Este transbordador prestó servicio hace poco menos de diez años, y servía para comunicar nuestro municipio con el vecino estado de Tabasco a través del río que sirve como límite natural: el río San Antón de las crónicas de Bernal Díaz del Castillo. Con el tiempo y el uso la panga se descompuso y la dejaron en la orilla del río por espacio de varios años. Ahí empezó a deteriorarse. La panga dejó de ser una fuente de empleo para algunos lugareños y llegó a ser recurso político para candidatos a la Agencia Municipal en campaña proselitista: todos prometían echar a andar la panga.

Nadie lo hizo y finalmente unos ingenieros la arrastraron con la ayuda de una grúa y el concurso de un nutrido grupo de pescadores de ánimo festivo que entre gritos y carcajadas la depositaron en el lugar donde se encuentra ahora pudriéndose entre cúmulos de basura y yerbas silvestres.

—Quizás impasible no sea la palabra adecuada —dije—. Digamos que es muy frío ............y difícilmente demuestra sus emociones ante las jugadas de sus oponentes. Su ajedrez es más bien estratégico, a lo Capablanca, y tú ayer jugaste al estilo de Judith Polgar.

—¡Qué amable!


Hay en la biblioteca una buena cantidad de obras ajedrecísticas. “El jugador completo de ajedrez”, de Fred Reinfeld, “Ajedrez lógico”, el mejor libro de ajedrez que jamás haya leído, un completísimo estudio de treinta y tres magníficas partidas analizadas jugada a jugada con estilo sencillo y didáctico, claro y preciso por Irving Chernev. Dos biografías de José Raúl Capablanca, con sus mejores partidas. Un libro de Harry Golombeck con otra colección de cincuenta partidas magistrales.


Cien celadas de apertura, dos estudios de la Defensa Siciliana, uno del Gambito de Rey, un libro que parece haber sido escrito especialmente para mí, “¿Por qué pierde usted en el ajedrez?” y una colección incompleta de revistas Ocho por Ocho (publicación española sobre el juego ciencia).


Hubo un tiempo en que dediqué muchas horas y esfuerzo al estudio de este bello juego. Puedo decir que el ajedrez, más que jugarlo lo he estudiado. Poco y mal, como todo lo que yo emprendo. Pero este maravilloso juego me brindó momentos de dulce alegría. En mi vida de ajedrecista aficionado gané dos torneos y perdí estrepitosamente el tercero. Algún día escribiré al respecto, especialmente sobre el último que, no obstante la derrota, fue inolvidable.


—El ajedrez y la vida…—suspira Indira. Y luego, sin venir a cuento añadió:

«Cómo es eso que anda usted molesto porque le quieren cambiar las reglas del ajedrez».

—No, en verdad no estoy molesto. Más bien digamos inquieto.

Me senté sobre un taburete y hojeando distraídamente una revista le expliqué mi inquietud:

—Tú no lo viviste, porque en ese tiempo no habías nacido. Fue en la década de los sesenta. En el siglo pasado. El ayatollah Jomeini tomó el poder en Irán derrocando al Sha Mohammad Reza Pahleví. Entre lo mucho que se dijo de él, lo que más llamó mi atención fue la idea de prohibir el ajedrez porque al decir de este señor, el juego ciencia alimenta el odio contra tu oponente. Y lo decía un hombre que tomó el poder a sangre y fuego. No vayas a pensar que estoy defendiendo al sha de Cuernavaca.

—¿Por qué de Cuernavaca? —sonrió Indira.

—Porque López Portillo, que era el presidente de la república en ese tiempo, le otorgó asilo político y le dio una residencia en Cuernavaca.

—Pero qué tiene que ver el ayatollah.

—En verdad nada, el pobre ya murió. Ahora hay otros guías morales que quieren acabar con el ajedrez.


—¿Quiénes?

—Prefiero no decirlo. Pero imagínate, me dicen ahora que el ajedrez es racista porque las blancas tienen derecho a hacer la primera jugada por encima del derecho de las negras. Que eso es racismo. Evidentemente quienes así piensan no tienen ni la más remota idea de lo que es el ajedrez. Porque no juegan las piezas, juegan dos seres humanos, que una vez llevan las blancas y a la siguiente partida llevarán las negras.

—De ahí su máxima: juego contra el hombre, no contra el tablero.

—Así es.

—¿Y qué pasa si solo es una partida? ¿Quién lleva las blancas?

—Se hace un sorteo, y el que gane elige color. Porque, hasta eso, hay jugadores que se sienten más a gusto jugando con negras. En una de esas, me van a pedir que diga «afrodescendientes».

—O subsaharianas —bromeó la muchacha.

Indira quedó pensativa. «Entonces —dijo—, si bien se mira, es irrelevante que las blancas tengan a su favor la primera jugada».

—Naturalmente. Pero eso no es todo. Para estos colectivos justicieros resulta infame que los peones sean sacrificados en favor de las piezas más grandes. Más clasismo. Ignoran lo que dijo Phillidor: «Los peones son el alma del ajedrez». Luego cuestionan el movimiento de los caballos, que es muy rígido. Ello promueve el maltrato animal. Además, los animales no deben ir a la guerra. Monarquía y patriarcado son dos entidades obsoletas. No debe haber reyes y la dama no se debe sacrificar en beneficio del monarca.

—Oh por Dios. Pero a lo mejor solo es una broma.

—No es broma que cancelaron a Pepe le Pew por acosador. La escena del beso de la bella durmiente está en discusión, porque según esto, el beso no fue consensuado. Ya editaron una versión inclusiva de «El principito». En la actualidad hay una sirenita de piel morena. Ya hay súper héroes gay. Hasta el general Zapata lo pintaron como un homosexual. No te extrañe que el día menos pensado pongan en jaque al ajedrez.

—Puede usted parecer homofóbico.

—En absoluto. Marvel y DC pueden crear un súper héroe homosexual si así les place, pero no me parece prudente homosexualizar a los que ya están. En fin, es solo un punto de vista. Ellos sabrán lo que hacen. Y por mí, pueden hacer de la vida un papalote, pero que con el ajedrez no se metan.

—Se tenía que decir y se dijo —bromeó Indira.

Fuimos a la mesa de juego y dispuse las piezas. Aún a riesgo de que me motejen de machista, caballerosamente le cedí las blancas. Indira de los Santos plantó el peón de rey en el centro del tablero y yo propuse la defensa siciliana. Pero me abstuve de jugar la variante del dragón. Me decanté por una línea en apariencia más pacífica: la Scheveningen.

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